miércoles, 14 de mayo de 2008

Forma y Contenido






Distinguir entre forma y contenido está entre los ejercicios favoritos de muchos analistas. Se trata de un procedimiento sumamente útil. Hasta el lenguaje habitual recoge esta distinción cuando, por ejemplo, decimos que no importa tanto qué se dijo sino cómo. Esto me recuerda una pequeña historia: en una construcción sospechaban que un maestro se estaba robando materiales y herramientas. Alertaron al portero para que lo observara y eventualmente revisara cada vez que se retiraba con una carretilla. La vigilancia no tuvo éxito y no se pudo probar que el obrero estuviera robando. Lo que nadie advirtió es que se robaba las carretillas. Como todos estaban preocupados por las cosas que iban adentro, no se fijaron en la carretilla. El maestro supuso que no advertirían su proceder. Éste es un caso en que la atención al contenido no deja ver la forma y -peor- no permite descubrir los hechos.
El tema de forma y contenido se presta para entender, también, lo que molestaba a Sócrates en el proceder de los sofistas, sus adversarios en la Grecia del siglo V aC. Él estaba convencido de que la verdad o la falsedad de una afirmación radicaba en su contenido, no en la forma de presentarla. Los sofistas habían descubierto el fenómeno de la persuasión y sabían que una audiencia podía ser impresionada mediante elementos retóricos, con las entonaciones, las referencias a autoridades veneradas o estimulando las emociones de quienes escuchaban. Puesta la atención en aspectos formales, la audiencia se dispondría de modo positivo respecto del contenido. A Sócrates, esto le parecía vergonzoso, un engaño inaceptable, una violación del estatuto de la indagación intelectual. Si la verdad importaba, debía importar por sí misma y no por cómo se presentaba o los eventuales adornos y ropajes con que pudiera cubrírsela. Y aún menos podía ocurrir que dependiera de los estados de ánimo de una audiencia o las variables sicológicas en juego. Podemos entender a Sócrates: su propósito no era construir un escenario ad hoc para hacer que algo apareciera diferente de lo que en efecto era. Para él, la verdad no era cosa de prestidigitación o magia. Siendo algo tan trascendental, no podía ser objeto de manipulación ni de relativización. Ciertamente, era mucho pedir. Aunque quisiéramos lo contrario, los obstáculos en el camino de establecer alguna verdad son muchos e inesperados, como saben quienes desesperan de la justicia.
Diferenciando entre forma y contenido podemos adentrarnos también en el sinuoso y sorprendente pensamiento del canadiense Marshall McLuhan, uno de los tipos geniales del siglo XX. Él quería entender la presencia y el rol de los medios de comunicación en las sociedades humanas y no se sentía a gusto con las ideas imperantes en los ’60, cuando aparece en la escena intelectual. El tipo de abordaje imperante era el análisis de contenido. El argumento era que si usted quiere comprender los efectos de los medios, debe analizar los contenidos que transmiten, sus programaciones, sus mensajes. Ahí estaban de acuerdo izquierdas y derechas. Hasta los supercríticos como Marcuse, Adorno o Schiller, todos se dedican al análisis de contenido. Estaban preocupados de qué, y no tenían mucho interés en cómo; en el contenido del vaso y no en el vaso, en el agua que iba por el canal y no en el canal. No es azar que hasta hoy hablemos de canales: Canal 7, Canal 13 o el Canal del fútbol.
Ese estilo de pensar los medios de comunicación le parecía a McLuhan un camino sin salida. Sostuvo, por el contrario, que el medio es el mensaje, no el contenido. Cada medio modifica la forma en que nos comunicamos, y genera nuevos patrones de interacción. Si usted pregunta ¿cuál es el mensaje de la televisión?, él responde que no son sus contenidos transmitidos sino la instantaneidad y la simultaneidad. Ningún otro permite a tantas personas ver y oír lo mismo en el mismo instante sin importar dónde estén. Si McLuhan estuviera vivo y le consultáramos por el teléfono móvil -el celular- diría que lo relevante es que podemos hablar con quien queramos, a la hora que sea, sin importar dónde estemos o la distancia a la que esté el interlocutor. Si el contenido de la conversación son negocios, saludos, sexo, medicina, o familia, todo eso da lo mismo.¿Quiere decir que el contenido no importa? Nunca tanto que nos impida ver que también está la forma. Pero cuando ésta oculta el fondo, más vale ponerse en guardia. Lo más juicioso es combinar: mirar forma, mirar contenido.



Texto perteneciente al Profesor Edison Otero Bello, Licenciado en filosofía Universidad de Chile, especializado en las áreas de epistemología y teoría de la comunicación, un gran Maestro.

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